viernes, 20 de junio de 2008

Fiebre del sábado noche.

Tras la puesta de sol, la fauna nocturna sale de su madriguera. La manada de gatas se reune. Es hora de salir de caza.



Una vez organizadas, se mueven ágiles. Saltando de chimenea en chimenea, su silueta se recorta contra la luna. Un violinista toca sobre el tejado. Bailan al son de su música. Se sienten libres: la noche es suya.


Ríen difuminándose entre el humo de la noche. Las gatas afirman que los perros son unos caraduras, pero ellas se aprovechan de la luz al bailar.


De pronto, un ratoncillo desprevenido: justo lo que estaban esperando. Se acercan poco a poco. No quieren llevárselo a la boca, esta noche han salido a divertirse, no a buscar un bocado con el que saciar su hambre felina. Juegan con él, incitándole a huir de unas para encontrarse con otras. Ríen y se divierten. Es lo que han ido a hacer.


Es una noche preciosa. Cuando se cansan de tanta actividad, sólo tienen que buscar un lugar cómodo en el que parar a descansar, tal vez algo de beber, o simplemente detenerse a disfrutar de la temperatura de un mes como el de junio. No les preocupa nada más allá de esa noche.



Finalmente, a eso de las 6'30 el cielo comienza a volverse menos negro. Va a salir el sol. La manada se dispersa. Ha sido una noche intensa, y ahora es momento de descansar. Y es que la libertad también tiene su precio...

¿Quién sabe? Tal vez dentro de poco alguna de ellas, o tal vez toda la manada, encuentre algunos gatos que las acompañen en sus alocadas noches de tejado en tejado... ¿Quién sabe? ;p

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