lunes, 14 de julio de 2008

Melancolía.

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Espero en el andén para ir al trabajo en ese mounstruo metálico que corre por las vías. Adoro el tren. Y hoy más que nunca, pues opino que es el mejor lugar para pensar en el pasado, el presente y el futuro.
Me acomodo en el asiento sin más distracción que mirar por la ventana. El tren reanuda su marcha. Pesada. Infinita.
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Dicen que la peor nostalgia es la de añorar lo que jamás sucedió.
Dicen que la melancolía es la dicha de estar triste.

Cuando estoy así, como hoy, melancólica, me encanta escuchar, ver, e incluso bailar un tango (o hacer el intento).

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Es un baile tan mágico, tan expresivo, que es capaz de evadir a cualquiera, elevándole a un mundo formado por giros imposibles y movimientos de pareja más relacionados con la pasion y la sexualidad que con el puro baile. No en vano, el tango nació en los burdeles de los barrios más bajos de Buenos Aires.
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Me resultan tan fascinantes los pasos... Alguien dijo una vez que bailar es la frustración vertical de un deseo horizontal. Y en mi opinión, el tango es esa afirmación llevada al extremo. Ver bailar un buen tango a una buena pareja, en la que de verdad se vea que hay un feeling, una de esas parejas en las que en una mirada saltan chispas; verles bailar y no sentir cómo hierven tus venas es tener hielo en la sangre.
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Es inevitable. Siempre acabo imaginándome a mí misma bailando como ellas. Sintiéndome acariciada por las manos de un bailarín en un viaje interminable que comienza en un escenario y que me llevaría hasta los mismísimos confines de la Tierra.

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De repente ya no te rodea el público, sólo está la pareja, seduciéndose mutuamente en un arte que bien podría tacharse de "preliminares bien vistos en público".

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Y claro, la melancolía me lleva a recordarte... A pensar en los dos...

Pienso en todo. En todo lo que nos ha traído hasta este instante, todo el camino recorrido, todos los pasos dados... En todo lo que tenemos ahora... Y en todo lo que nos queda aún por andar juntos.

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Pienso en mí. En la persona que una vez fui, en la persona que he sido, en la persona que soy, y en la persona que llegaré a ser. Pienso en cómo he crecido. En lo mucho, y a la vez lo poco que he aprendido. En cómo me gusta bailar este tango con la vida, complicando los pasos cada vez más, hasta que el vaivén de mis preliminares con la vida se vuelve vertiginoso y excitante.


Oh... Acaba de empezar a sonar Amaral en la radio. "Moriría por vos". ¿Recuerdas cuándo sonaba en la radio de aquel taxi?

¿Ves? Ya vuelvo a recordar...

En fin, es oficial: esta tarde vas a tener que devolverme a la realidad, y sacarme de la burbuja del tiempo en la que me he metido yo solita.
Y mientras escucho "Con la frente marchita", de Sabina, de la cual dejaré por aquí un par de versos, espero a que acabe mi jornada laboral procurando despejar esos últimos pensamientos fruto de la evasión de mi mente...

Salgo del curro, y camino despacio a la estación. Espero sentada hasta que llega el tren.
Me acomodo en la silla sin más distracción que mirar por la ventana. El tren reanuda su marcha. Pesada. Infinita.


Sonando: "Con la frente marchita", de Sabina.

-No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.-

-Adiós. Cuidate. Y sonó entre tú y yo el silbato del tren.-

-Te sentaba tan bien esa boina calada al estilo del Che...-

-Buenos Aires es como contabas: hoy salí a pasear, y al llegar a la Plaza de Mayo me dio por llorar, y me puse a gritar "¿Dónde estás?"-

-Y ya nadie me escribe diciendo: "No consigo olvidarte".-

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