sábado, 22 de noviembre de 2008

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La joven, pensativa, miraba sin ver las hojas arremolinarse en la calle, bajo su ventana.

Por su mente cruzaban miles de sentimientos y razones. ¿Era demasiado exigente, tanto con los demás como consigo misma? ¿Ponía el listón demasiado alto? ¿Era una mujer demasiado incondicional?

Cuando algo le salía mal, cono había sido el caso, solía pensar en sí misma como una mujer. Suponía que era una forma de contrarrestar su comportamiento loco y despreocupado característico de esos ratos en que la risa y el bienestar invadían su vida. O tal vez una forma de decirse a sí misma que ya iba siendo hora de empezar a ser menos impulsiva y más racional. Al fín y al cabo, tenía diecinueve años, no quince.

Le dolía que las personas de las que esperaba mucho no estuvieran a la altura de las circunstancias. Le dolía que no tuvieran en cuenta que ella también estaba ahí, aunque su presencia física no fuera evidente. Le dolían las respuestas agresivas sin motivo por parte de sus padres. Le dolía pasar toda la mañana esperando para hacer o recibir una llamada, y que la llamada no le fuera hecha hasta el último momento, y además con prisa. Le dolían los amigos que se iban. Le dolía sentirse fuera del grupo.
Hoy, le dolía hasta el gemido de su perro.

Y ella, que pensaba que sería un gran fin de semana...

Si ya se lo contaron en la charla sobre la idealización. Cuando tienes algo o a alguien en un pedestal muy, muy alto... La caída puede llegar a ser brutal.

[...]

Y ahora, que ya me he desahogado, me toca levantarme (tanto emocionalmente, como de la silla), y salir a pasear con Tomi. Seguro que esto sólo ha sido un lápsus, y que en unos minutos el mundo volverá a ser un precioso paisaje soleado y sin apenas nubes.

Ya os lo he dicho, hoy me he levantado optimista. Y no voy a dejar que un pequeño contratiempo arruine mi gran día, mi gran finde, ni mi gran semana.

¡¡Pasadlo bien!!
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